Lejos del mar
Debido a la creación del nuevo espectáculo se van generando inquietudes y creaciones.
En este caso, dejo aquí un relato breve, una mirada hacia algunos que buscan recuperar su dignidad.
LEJOS DEL MAR
En este caso, dejo aquí un relato breve, una mirada hacia algunos que buscan recuperar su dignidad.
LEJOS DEL MAR
Voy a contarte una historia. Pero no esperes una historia
extraordinaria. En realidad es una historia que se diferencia bien poco de la
tuya y por eso quizá no te resulte interesante. Voy a contarte la historia de
mi vida. Más bien del día a día de mi vida.
Soy una mujer de mediana edad con tres hijos y un marido. Me
levanto de madrugada cuando todos duermen, desayuno en el silencio que me queda
para mi sola. Después cuando los demás se levantan les preparo el desayuno y al
cabo de un rato, todos marchan. Mi hija la mayor acompaña a sus hermanos al
colegio y ya no vuelven hasta la tarde. Yo salgo a trabajar y ya no vuelvo
hasta la tarde. A veces yo llego antes y tengo tiempo de limpiar o preparar la
cena… Otras veces llego más tarde y los encuentro dormidos y me pregunto si
habrán cenado bien, si se habrán lavado antes de ir a dormir, si están bien
abrigados, o si sueñan en algo feliz. Yo me siento cerca de ellos mientras
duermen y soy feliz hasta que me duermo.
Como verás, a simple vista, mi vida no se diferencia mucho
de la tuya, así que seguro que no te resulta interesante. Pero si me lo
permites, voy a volver a contarte mi historia, mi día a día. Déjame que te la
cuente una vez más.
Soy una mujer de mediana edad y mis carnes están viejas del
trabajo, del camino y de lo que he visto. Me levanto de madrugada si he
dormido. A veces no consigo conciliar el sueño porque no tengo nada que
conciliar y tengo miedo a que al cerrar los ojos se esfume esta miseria que
vivo pero que me hace sentir feliz, porque estoy mejor que la mayoría que los
que eran mis amigos, mis vecinos y mi familia.
Tengo tres hijos: La mayor tiene siete años y ha tenido que
aprender a ser adulta antes de dejar de jugar. Tengo un marido, o eso quiero
creer, porque no pudo venir con nosotros. Está en alguna celda húmeda y oscura
del país donde vengo, porque sus ideas eran claras y brillantes, como la
mayoría de sus amigos y compañeros, no te creas que es un hombre más especial
que la mayoría. Pero un día cuando le llamaron, dijo no, y se lo llevaron.
Después nosotros tuvimos que marchar.
Me levanto de madrugada cuando todos duermen y desayuno si
hay para todos. Así, si no desayuno, no me ven, aunque mi hija la mayor siempre
se deja algo y me mira con una sonrisa.
Mi hija la mayor acompaña a sus hermanos al colegio. Y si en
el colegio le preguntan que por qué no les acompaña su madre o por qué no he
ido a la última reunión o a la anterior o a la anterior… no imagino qué les
puede decir pero sabe que no hablo bien este idioma nuevo y que me da vergüenza
no tener para mis hijos lo que aquí la mayoría tienen.
Salgo a trabajar, a limpiar las casas de otros, y a cuidar a
los familiares de los otros: a veces niños, a veces viejos. Y es curioso porque
pienso que no tiene sentido estas cosas que tengo que hacer para que mi familia
coma y viva y sonría. Cuido a otros durante la mayor parte del tiempo para
llegar a mi casa y no cuidar a los míos que ya están dormidos porque es muy
tarde.
Entonces me siento cerca de ellos, en la única habitación
que tenemos para los cuatro y el retrato de su padre, y los miro dormir.
Entonces pienso que tenemos suerte de estar aquí lejos de todo lo que
conseguimos abandonar… y sobre todo lejos del mar. Los miro dormir y pienso que
él, su padre, se esta convirtiendo en una niebla difusa y casi no me acuerdo de
sus ojos y tengo miedo de que ellos nunca recuerden sus ojos. Los miro dormir y
pienso en una mujer, esta mañana, en el mercado, que hablaba de nosotros
mientras le limpiaban el pascado, y decía que eso que nos pasa es algo extraño
y que no sabe muy bien por qué estamos aquí, como si fuera un viaje programado
o unas vacaciones… y tuve que marcharme por el olor a pescado y a mar y a
recuerdos de tablas frágiles, de náufragos. Los miro dormir y no me atrevo a
cariarlos y besarlos por miedo a quitarles el sueño y esa respiración de niños
como una brisa. Incluso mi hija mayor parece ahora una niña y no quiero
quitarle más su infancia. Los miro dormir y pido un deseo: que olviden todo, sin
que les quede rastro, y que me perdonen las largas carreteras de polvo, las
noches de frío y heladas y sobre todo el mar, ese mar de gritos, de frío, esa
manta de miedo.
Empieza a entrarme el sueño y me siento feliz mientras los
veo dormir. Y también siento una pequeña brasa de culpa o de tristeza, o de
algo que no se muy bien qué es, porque yo estoy aquí separada de mi antigua
vida y aunque debería pensar que tengo suerte, al final de todo, muy dentro de
mi hay una pregunta como un alfiler clavado en el estómago: ¿Por qué me a
tocado a mi volver a construirme?
Una parte de mi se ha quedado atrapada con el retrato de mi
marido. Pero mis tres hijos, algún día, conciliarán el sueño todas las noches.
A la mayor le costará un poco más, pero algún día sus recuerdos estarán lejos
de todo aquello, lejos del mar.
Ramón Pascual.
Comentarios